Siguiendo la obediencia, y después de una intensa preparación, enviadas desde nuestra comunidad, arropadas por su oración, y con los sentimientos propios de quienes se dirigen a algo totalmente desconocido, al comenzar agosto, recorrimos caminos de Extremadura con la preocupación de si, al final de aquella carretera entre campos de encinas, encontraríamos nuestro destino: Ceclavín, de Cáceres, por la zona de Coria.
A veinte kilómetros de Portugal, escondido entre tres ríos, apareció el pueblo, deslumbrante en sus blanquísimas paredes, adornado de arcos, flores, altares y colgaduras en los balcones. Estaba bellamente engalanado para recibir a su Reina y patrona, la Virgen del Encinar. Igual que cada cuatro años, la preciosa imagen iba a bajar de su ermita, a más de cuatro kilómetros, para que, durante nueve días, sus hijos sintiesen aún más cerca a la Madre.