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¿Seguir a Jesús o enterrar a mi padre?

En el evangelio encontramos dos sorpresas. La primera, los discípulos proponen a Jesús que baje fuego del cielo sobre los habitantes de una aldea de Samaría que no han querido recibirlos. La respuesta de Jesús es dura. En la traducción que vamos a leer se dice únicamente que Jesús les regañó. Pero hay versiones de la Biblia en las que, tras la reprimenda, Jesús dice: “no sabéis de qué espíritu sois”. Jesús corrige nuestro fundamentalismo natural y nuestros deseos espontáneos de venganza, para que nazca en nosotros una nueva naturaleza, acorde con el proyecto de Dios y con la verdad del ser humano, creado a imagen de Dios.

La segunda sorpresa la encontramos en la respuesta que da a Jesús uno que ha sido llamado a seguirle. La llamada de Jesús pide una entrega total e incondicional, porque se trata de una llamada decisiva, que introduce en el único camino necesario. Ahí está la diferencia entre el seguimiento de Jesús y la entrada en la escuela de otros rabinos. La llamada de Jesús nos sitúa ante la exigencia incondicional de seguirle de manera inmediata y total. La escena del evangelio lo refleja con toda claridad. Uno, al que Jesús invita a seguirle, le dijo: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Le respondió Jesús: “sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,21-22; Lc 9,59-60).

La respuesta de Jesús entra en oposición con la ley, la religiosidad y la moral. ¿En nombre de qué puede alguien pedirme que deje de cumplir con el piadoso precepto de enterrar a mi padre? Una posible respuesta sería: en nombre del amor al prójimo. Si hay alguien que me necesita hasta el punto de que, si lo abandono para ir al entierro de mi padre, no podrá sobrevivir, entonces resulta lógico que se me pida, en nombre del amor, que no acuda al entierro. Pero la respuesta de Jesús no apela a un interés humanitario o a una morali­dad más elevada. Ni siquiera a una interiorización religiosa. De ahí que su llamada plantea la pregunta sobre la pretensión de quien la lanza. ¿En nombre de qué o de quién puede alguien pedir un seguimiento así?

Precisamente una llamada como la de Jesús nos sitúa ante la necesidad de responder a esta pregunta: ¿quién es para mi Je­sús?, ¿qué estoy dispuesto a darle, hasta qué punto confío en él, hasta dónde llega mi capacidad de renuncia por él? ¿Mi amor por Jesús es incondicional? ¿Reconozco en él una palabra cargada con una autoridad definitiva, la autoridad del mismo Dios? Y también: ¿el Reino de Dios es para mi más importante y urgente que todo lo demás? ¿Estoy en disposición de realizar algún signo que indique que para mí el Dios de Je­sús debe ser amado por encima de todo lo demás, sobre todas las cosas?