DIOS ES ADVIENTO Y NOSOTROS SOMOS ESPERANZA
El tiempo de Adviento es, ante todo, una experiencia simbólica que la Iglesia nos ofrece. La ofrece cada año al inicio de su ciclo litúrgico.
Pasar a través de la experiencia del Adviento, vivirla de verdad, apropiarla es como entrar en una terapia necesaria. Todo ser humano necesita de vez en cuando “hacer ejercicio”, someterse a una dieta, dedicar un tiempo a la formación intelectual o a reciclarse. También el cristiano, y todo ser humano necesita de vez en cuando pasar por la “terapia de la esperanza”.
Y ¿en qué consiste esta rara terapia? ¿Por qué es necesaria?
Con el paso del tiempo vamos perdiendo la esperanza. La esperanza es como un río, amenazado de perder su agua torrencial y de secarse progresivamente. La dura realidad se convierte frecuentemente en argumento contra la esperanza. “¡No hay nada que hacer!; “¡ocurrirá lo de siempre!”; “¡esto no tiene solución!”; “no hay que pedirle peras al olmo”. Utilizamos frases semejantes tanto en el ámbito político como en el religioso, tanto en el ámbito social como familiar, tanto en el comunitario como en el personal. Con sentimientos o convicciones así, abrimos las puertas a la desesperanza, a la tristeza, a la resignación paralizante.
No basta que nos sorprenda un acontecimiento para que de nuevo nos vuelvan las esperanzas. La “dura realidad” llegará de nuevo para poner las cosas en su sitio. Así la esperanza absoluta, total, parece un imposible y… hasta innatural. Pero la verdad es que la esperanza, como actitud de vida, está más allá de la naturaleza. Es un regalo divino. Es la incrustación en nuestro corazón del sentir de Dios ante el futuro. Quien espera lleva en sí mismo las improntas del Dios del futuro.
Nuestra pobre y limitada esperanza se cura y se alimenta de la Palabra de Dios, del compartir los sentimientos mismos de Dios.
Esa es la experiencia que la Iglesia nos ofrece durante estas cuatro semanas simbólicas del Adviento: la terapia de la esperanza.
Convendrá hacer un diagnóstico previo, situacional. Conviene saber cómo en este momento concreto en que comenzamos el Adviento están nuestras esperanzas. Es oportuno reconocer el punto de partida de la experiencia. Sólo así podremos comprender el significado real y concreto que tiene la palabra Navidad. Porque la esperanza sanada y divinizada aboca a la Navidad de Dios, a un nacimiento nuevo.
Pasemos por la terapia de la esperanza que el Adviento nos ofrece. Dediquemos nuestros desvelos, y nuestro tiempo a ser “espacio personal de oración y de esperanza”.