
(…)y quizás la respuesta es que sí: nos ha tocado la lotería de pertenecer a una Orden, a una familia, que en el transcurso de los años se mantiene fiel a su
carisma fundacional (…)

Estos testimonios me hacen pensar, reflexionar sobre mi vida religiosa que, a veces, no me doy cuenta de lo que hago, de lo que estoy recibiendo, ¿cómo estoy viviendo?, ¿Estoy construyendo en la comunidad? Me empujan ir más allá en el amor, en la entrega. Me da más fuerza para aprender, para mejorar.

Es también un desierto el estado de ánimo que nos queda cuando alguien muy querido para nosotros deja de estar a nuestro lado, porque la vida lo lleva a otro sitio, porque hubo un malentendido, o porque su vida se apagó para siempre.

Quizá ahí con más fuerza se escucha la Palabra del Señor “no temas, pequeño rebaño…” Y el Señor Jesús sigue escribiendo historia como Congregación de MISIONERAS DE SANTO DOMINGO.

Estamos invitadas a vivir hoy como resucitadas. Una vida resucitada sería una VIDA de Luz que nace de dentro, habitada como está por Dios, Fuente de toda luz irradiada por los caminos.

Ser “Rostros de la Luz”, por tanto, es una de las vocaciones más hermosas y entrañables que como consagradas y consagrados podemos tener.