Llegó a la vida “el cachorro con la tea encendida para incendiar el mundo” y fue su hogar el que le acoge y educa; su madre la que le enseña a orar desde su infancia y hereda de ella su fe sencilla, su gran misericordia y su gran compasión. De su padre heredó unas cuantas virtudes: fuerza de ánimo, coraje, valentía, resistencia en la dificultad, sentido del honor, confianza en la palabra…