La expresión “celda interior” es debida a Sta. Catalina de Siena, lo mismo que “la bodega del buen vino” a S. Juan de la Cruz o “la punta de lanza del espíritu” a Sta. Teresa de Jesús. Son formas de decir para indicar lo que no es fácil decir, pero los grandes místicos han querido decirnos cuando descubrieron ese lugar profundo dentro de cada uno donde Dios nos habita y nos invita al encuentro con Él.
Catalina vivió en el S. XIV, un tiempo de grandes convulsiones políticas y eclesiales en las que ella se vio implicada por su deseo de servir al mundo y a la Iglesia. La peste negra asolaba también Italia, incluso su propia familia, y Catalina no podía permanecer indiferente ante tanta desolación. Y todas estas circunstancias, Dios a través de ellas, la llevaron a descubrir ese lugar donde poder encontrar la paz, el equilibrio y la fuerza para no sucumbir en las tormentas. Lo llamó “la celda interior”.
En la celda interior, Catalina tiene la experiencia de Dios y de Jesucristo en quien se encarna el Hijo. Allí escucha su voz que le dice: “Tú eres la que no eres, yo soy el que soy”. Esa es para ella la gran Verdad, cuya experiencia nunca abandonará ya a Catalina. Este es el principio y la fuente de toda su doctrina espiritual y de su acción en favor de los necesitados, de la sociedad y de la Iglesia. En su celda interior se da la experiencia de Jesús como Esposo, como Hijo de Dios identificado con el sufrimiento de la humanidad y como Salvador. Con Él quiere identificarse, hasta el punto de recibir sus mismas llagas. De la celda interior surge para Catalina, y para todo el que quiera entrar en su escuela espiritual, el agua viva que sacia su sed, la fuerza y la perseverancia en la acción y el servicio, la luz que inspira sus cartas y el Diálogo, su gran obra espiritual.
De una de sus cartas son estas palabras, con las que quiero terminar esta reflexión:
“… en ninguna parte encontramos tanto este fuego divino como en nosotros mismos. Porque todas las cosas creadas son hechas por Dios para la criatura racional; y a esta criatura la ha creado para sí, para que la amase y le sirviese a Él con todo el corazón, con todo el afecto y con todas sus fuerzas. Por esto, el alma que se ve tan amada no puede defenderse y excusarse de no amar: esta es la condición del amor…” (Carta 369)
M.R.