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Me llamaba “compa”

By 4 junio, 2013No Comments

Me llamaba “compa”

“Siempre que me acuerdo de vosotros doy gracias a mi Dios; y cuando pido por vosotros en mis oraciones, lo hago con alegría” Phil. 1:3

Hay días y ocasiones que parecen destacar en nuestra memoria por una razón u otra; el 29 de Enero de 2013 será una de ellas para mí y las demás hermanas. Me comunicaron que mi “compa” había fallecido.

Cuando llegué a Madrid, uno de los cambios a los que tuve que hacer frente fue vivir entre las hermanas mayores. Viniendo de la misión y habiendo trabajado en la escuela durante bastante tiempo, con gente joven, de repente tuve que cambiar de marcha.

Quizás de mucha velocidad a conducción lenta. De correr, tuve que aprender a caminar, a escuchar, esperar, y por encima de todo a ser más paciente y comprensiva. Tuve que ser más amable sabiendo que ellas estaban experimentando un tratamiento, malestar y de alguna manera sintiéndose abandonadas. Aunque vivir con hermanas mayores era nuevo camino para mí, encontré una vía fresca de vida que era más tranquila y pacífica. Cuando les miraba, especialmente a mi “compa”, parecían no tener preocupaciones, miedos y dudas. Su cara serena siempre parecía ser una batalla estimulante por ganar. Los años que ella permaneció como religiosa era un legado a imitar, su delicado cuerpo, la cara arrugada, las rodillas debilitadas, las manos temblorosas, problemas de vista, eran marcas de su amor y devoción. Ella podría estar exhausta como nuestro Señor Jesús cuando fue colgado en la cruz, para enseñarnos cuanto nos quería. Él sufrió hasta la muerte, y por aquel entonces volvió a Su casa magullado pero victorioso. Creo que fue lo que ocurrió con mi “compa”.

Fue en Madrid donde conocí a la Hermana Gloria, una hermana pequeña pero con un gran corazón. Una religiosa realmente humilde, modesta y servicial. Tenía 87 años cuando se convirtió en mi compañera de rezos y de refectorio. Fue cuando me empezó a llamar “compa”, diminutivo de “compañera de oración”, que yo también utilicé  y me hizo sentir más cercana a ella.

En aquel momento me costaba hablar español y la mayoría del tiempo me comunicaba con gestos. Pero con Sor Gloria este problema se hizo menor. Todos los días en el refectorio me hablaba como si fuera española. Nunca me trató como una estudiante. Honestamente, la mayor parte del tiempo no le entendía, sólo escuchaba palabra por palabra e intentaba asimilarlo como nuevo vocabulario. Con nuestras obligaciones diarias, ella actuaba como una hermana mayor o como una abuela para mí. Ella se aseguraba de que comiera bien,  se preocupaba en todo momento por mis necesidades, mis estudios, mi salud, mi familia y si le contaba algo fuera de lo usual,  Sor Gloria no paraba hasta encontrar la solución, sin  importarle la dificultad. Ella desafiaba la edad con su forma de trabajar; era enérgica, llena de vida y trabajadora, nadie podía pararla, ni su enfermedad.

Cuando supo de mis problemas con el aprendizaje del español ella se ofreció para tener una clase de conversación de 30 minutos
todos los días. Pude ver como estaba de exultante con esta nueva tarea. A veces no podía esperar a la hora y llamaba a mi puerta. Aunque durante nuestra clase se suponía que yo debía hablar y practicar, yo terminaba escuchando sus historias, lo cuál era increíble como podía recordar aquellos tiempos, gentes y hechos con detalle. Sor Gloria a su edad tenía una memoria maravillosa y nítida. Su entusiasmo por la vida como hermana de edad avanzada era asombroso. Había veces que caminábamos juntas y, por un momento olvidaba que ella tenía problemas de corazón. Solía pedirme que la acompañara a la tienda a comprar provisiones cuando antes rechazaba mi ayuda. Sor Gloria no paraba de aprender, curiosamente me miraba mientras estaba con mi ordenador. No puedo olvidar su asombro cuando conoció a mi madre y mis hermanas de Filipinas a través de la cámara. Su actitud frente a la tecnología me asombraba; estaba impresionada y maravillada.

En nuestra vida diaria, había tres lugares a los que iba, la Capilla, el refectorio donde siempre iba a ver a los ayudantes, especialmente Miss Prado, y en la sala de recreo a la que asistía fielmente. En sus condiciones, Sor Gloria trataba de estar presente en todos los actos de la comunidad. Nunca llegaba tarde, salvo por necesidad. Su habitación estaba ordenada y prácticamente vacía. Durante su cumpleaños, disfrutaba más dando que recibiendo. Servía a todos, independientemente de su importancia. Para mí, ver todas estas cosas era ver la fe en acción.

Un día, mientras estaba intentando alcanzar algo en el refectorio se cayó y este incidente provocó tal impacto en su actividad que finalmente mi “compa” paró de trabajar. Vi lo duro que fue para Sor, trabajar era su vida pero de repente se veía incapaz. Creo que esto hizo que enfermara no sólo psíquicamente sino también en el sentido emocional. Sorprendía que cuando se enfadaba o molestaba por algo, Sor Gloria inmediatamente reconocía su falta y pedía perdón en el mismo momento.

Ahora su actividad había disminuido y mi “compa” pasaba la mayor parte del tiempo en la Capilla o en cama. Poco a poco se fue debilitando y gran parte del tiempo estaba tranquila y desorientada.

Su salud se deterioraba tanto que hacía las cosas con dificultad. A pesar de que tenía muchos dolores, del cáncer, los problemas del corazón y otras complicaciones, nunca se quejó. Pacientemente esperaba el momento de su partida, con sus molestias, su malestar y su adversidad. Nuestra conversación disminuyó. Cada mañana después de desayunar la visitaba en su habitación, al llamarla “compa” se alegraba pero no podía decir más que unas pocas palabras, me entristecía verla en esas condiciones. Las hermanas la atendieron con mucho cariño hasta el último minuto.

Después de dos años en Madrid, me pidieron que me trasladara a Ávila, rompí lazos con ella. Aunque la idea era difusa para mi “compa”, lo aceptó felizmente, sabiendo que me trasladaba pero que no dejaba España.

Durante el tiempo en que me despedí de ella no esperaba ninguna palabra de mi”compa”. La última vez que la abracé y la besé no era consciente, su cara estaba blanca y triste. Desde entonces, he rezado en silencio por ella, hasta que finalmente llegó la noticia. Mi querida “compa” había muerto a la edad de 89 años.

Quizás nadie sepa que yo tenía este cariño especial por Sor Gloria. La vida que compartió conmigo fue como un libro, llena de sabiduría. Aunque el tiempo es corto, estoy agradecida de haber tenido esta oportunidad para conocerla. Fue una experiencia edificante.

La amistad que compartimos a pesar de nuestra diferencia de edad, a pesar de nuestras barreras lingüísticas y a pesar de otras diferencias, tu amor conquistó todo.

Gracias “compa” sé que ahora estás en el lugar al que siempre perteneciste.

Descanse en las manos llenas de amor de nuestro creador. Te echaré de menos en muchos sentidos.

¡Hasta luego “compa”!

                                                                                                                                                            Sor Corazón Moraza, op