Nuestra Congregación, según el ideal misionero de Santo Domingo de Guzmán, inicia su andadura en Ocaña, Toledo, lugar donde apenas ha dejado huella la Congregación, pero fue allí donde cayó y murió el pequeño grano que germinaría tímidamente, crecería con espíritu vigoroso y se extendería por diversas naciones del mundo.
Un 30 de abril de 1.891, cambió el rumbo de nuestro caminar y nos abrió un nuevo horizonte al ser incorporadas a la Provincia del Santo Rosario. El tronco de la primera fundación quedaba en pie, naciendo de él un nuevo injerto que formaba la totalidad del árbol con nuevas hojas, flores y frutos y nacía una familia religiosa esencialmente misionera en el seno materno de una Provincia también esencialmente misionera. Al ser incorporadas, sin dejar el objetivo original de la enseñanza, insertábamos ese objetivo en el carisma apostólico y misionero de los dominicos que evangelizaban en el Extremo Oriente. En este sentido la futura Congregación de Religiosas Misioneras de Santo Domingo arranca de esa histórica incorporación, la cual hacía, en ese momento, las veces de Madre y Fundadora.
Las Religiosas, bebiendo y llenándonos del agua limpia de la Verdad y en contacto con la humanidad doliente y con el sufrimiento humano desarrollamos nuestra misión apostólica como educadoras y misioneras en Colegios, Hospitales, Residencias universitarias, universidades, asistencia benéfica y social a enfermos, ancianos, niños de la calle, pastoral y labor catequética en Parroquias…
La Congregación continuó creciendo con nuevas presencias. Desde España donde comenzamos, salimos en misión a Filipinas, China, donde nos esperaban las niñas abandonadas en las Santas Infancias a las que había que recoger, criar y educar y fue una dura tarea, Portugal, Italia, sede de la Casa Generalicia, Japón, Taiwan, Estados Unidos, Chile, Corea, Tailandia, Vietnam, Myanmar y Camboya, fortaleciendo la fe de los cristianos y anunciando la Buena Noticia a los que aún no habían oído hablar del Mensaje del AMOR de Jesús.
La Congregación que inició su andadura respondiendo a una necesidad de la Iglesia y, a la que seguimos sirviendo por medio de nuestras obras apostólicas, mantiene vivo su carisma, heredado de Santo Domingo de Guzmán y con su antorcha encendida la seguimos pasando a las nuevas generaciones, siendo un nuevo brote del viejo árbol que Domingo de Guzmán plantó en la Iglesia de Cristo.