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Domund 2014

By 12 octubre, 2014No Comments

TESTIMONIO

De nuevo se acerca el Domund y con él reviven aquellas jornadas infantiles, ya bastante lejanas, en que con ilusión y sudor zapateábamos las calles intentando reunir algo para las misiones. Junto con esto me vienen a la memoria también los jueves santos pasados de rodillas ante el santísimo, intentando rezar sin distracción, para aplicarlos a las almas del purgatorio… Y sobre todo, aquellas inmensa alegría cuando, al terminar, pensábamos que, a través de todo ello, alguien era totalmente feliz…

A pesar de la gran limitación aneja a la forma de pensar ¡qué experiencia tan bonita y tan auténticamente misionera nos hicieron vivir! ¡Cuánto lo agradezco! Al fin nos enseñaron, no con palabras, que merece la pena sufrir para enviar felicidad auténtica a los demás. Es decir en la gran sencillez de la vida y la limitación del conocimiento educaron las auténticas raíces de la misión, que después florecerían en ese ayudar a los hermanos en necesidad hasta dar la vida por ellos, como constantemente nos muestran los misioneros, o en la tierna belleza de esa viejecita que ofrece su soledad y sus dolores por el mundo mientras dormita deslizando incesantemente entre sus dedos las cuentas del rosario… etc.

Todos ellos, viven en cierto modo el grito de San Pablo: “¡Ay de mí, si no evangelizara!” Es el empuje de algo vivido dentro y que, traspasando el carácter, las limitaciones, todos los obstáculos, arrastra hacia fuera, hacia el hermano para compartir con él lo que tenemos: “la felicidad de sentirse, aún en medio del dolor, amados por Dios”.

 Eso nos recuerda Juan Pablo II que grita: “¡No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo!” y el Papa Francisco que insiste hasta la saciedad en ese Iglesia abierta, que abre sus puertas para acoger y para salir con su mensaje de salvación al encuentro de cada hermano.

Yo, como cristiana y como Misionera de Santo Domingo quiero elevar al cielo continuamente mi gratitud, por llamar mi ’pequeño nombre’ en el bautismo y por volverme a llamar para colaborar de nuevo, aunque a mi medida, en la gran ‘vocación misionera de la Iglesia’ expresada por el carisma misionero de mi Instituto.

 Sor Rosalía Gómez