“Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”
Cuando alguien es capaz de mirar a otro sin tener en cuenta sus apariencias; cuando los pobres y desamparados encuentran acogida y defensa; cuando alguien se comporta con justicia y lealtad, entonces el Reino de Dios se está acercando. Y saberlo nos hace desear la conversión: ese cambio de vida que anunciaba Juan y que nos mueve a acercarnos a Jesús, quien nos bautiza no con agua, sino con Espíritu que vuelve ardiente nuestra vida.
Es verdad que, lo mismo que Juan, no somos dignos de desatar la correa de las sandalias del Maestro. Pero leyendo su Evangelio vamos aprendiendo que lo que Él busca de nosotros no es que nos arrodillemos ni que le hablemos de nuestra indignidad. Porque lo que Él hace es poner en pie a la gente, sacarla de su postración, devolverle la fe en sí misma, y, en todo caso, se arrodilla Él mismo para lavar el polvo de sus pies y permitirle volver al camino.
Y en el camino tenemos una misión: acercar el Reino a los demás, con la fuerza del amor que recibimos de Él.