“Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David”
El Evangelio nos dispone a ensanchar nuestro modo de percibir la realidad. Solemos mirar hacia arriba buscando orientación en lo que brilla y despunta, pero hoy se nos invita a mirar hacia abajo, hacia lo mínimo e inesperado, allí donde comienza a gestarse en el secreto un hálito de vida.
La cercanía de Dios, la irrupción de su bondad y gracia, no acontece de manera deslumbrante y espectacular, sino con modos suaves, al borde de todo lo humano. Necesita el consentimiento libre de María y la adhesión confiada de José, y también nos pide la nuestra. Necesita que no dejemos de soñar y nos enseña que es posible una mirada benevolente sobre las cosas que no acabamos de comprender.
Dios sueña que la criatura más pequeña del universo se sepa objeto de su ternura y su cuidado. José participa de ese sueño y entra en la aceptación serena que da el silencio.
Y es que en el humilde misterio de la encarnación solo podemos entrar silenciados y sobrecogidos, acallado todo razonamiento; respirando el Nombre que entraña a Dios en nosotros.