La Jornada Mundial de las Misiones de este 2015 tiene como marco el Año de la Vida Consagrada. Todo cristiano está llamado a ser misionero, cada uno desde la vocación a la que Dios le llama. Las personas consagradas han escuchado y acogido en su corazón de manera particular la invitación del Señor: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Su vida ya no les pertenece, y solo tiene sentido si hacen de ella una verdadera ofrenda al Señor y a los hermanos. Oremos por todos los misioneros que se ponen incondicionalmente al servicio del Pueblo de Dios, para que su fe se fortalezca y sigan anunciando con alegría el mensaje del Evangelio, y sean en nuestro mundo “misioneros de la misericordia”.
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La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el Pueblo de Dios y a la humanidad entera. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. EG 268) y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús «id» están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida; y de forma especial se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado todavía el Evangelio”.
(Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2015, 1b)