Doy muchas gracias a Dios y las hermanas por la celebración de nuestra profesión perpetua. Una celebración en la que parecía que había pocos participantes presencialmente, pero he sentido el cariño, mucho cariño, y la presencia tan cercana de todos los miembros de la congregación y de nuestras familias. Siento el calor de sus oraciones y sus acompañamientos. No puedo quejarme de ninguna cosa es cómo siempre decimos, en broma, con las hermanas: ¿Qué quieres más?