Una oración para la casa y una oración para el camino
El Rosario es una oración para la casa y una oración para el camino. Es una oración que construye una Comunidad y, al mismo tiempo, nos empuja al viaje. Se da ahí una tensión muy dominicana. Tenemos necesidad de nuestras comunidades. Tenemos necesidad de lugares donde estar entre nosotros, con nuestros hermanos y nuestras hermanas. Y al mismo tiempo somos predicadores itinerantes, no podemos asentarnos demasiado tiempo, sino que debemos lanzarnos a la predicación. Somos contemplativos y activos. Permítaseme explicar ahora cómo el «Dios te salve, María» está marcado por esta tensión.
Pensad en los grandes cuadros de la Anunciación. En general nos presentan una escena doméstica. El ángel ha ido a casa de María. Ella está allí, en su habitación y, normalmente, leyendo. Con frecuencia se ve en el fondo una hiladora o una escoba contra la pared. Fuera, un jardín. Es aquí, en su casa, donde empieza la historia. Y es justo que así sea, ya que la Palabra de Dios construye su hogar entre nosotros. Dios viene a plantar su tienda entre nosotros.
Hasta cierto punto, el Rosario es con frecuencia la oración de la casa de María y de la comunidad. Tradicionalmente se rezaba cada día en las familias y en las comunidades. Desde la mitad del siglo XVI se crea las cofradías del Rosario que se reunían para rezar juntos. Por eso el Rosario está profundamente asociado a la comunidad, a la oración compartida. Debo confesar que tengo recuerdos bastante ambiguos del Rosario en familia. En nuestra casa no se rezaba el Rosario, pero yo solía ir a casa de unos primos que lo rezaban todos los días en familia. Con frecuencia era una catástrofe. Algunas tardes se cerraban las puertas, pero los perros entraban siempre en la sala y se ponían en medio de la familia lamiendo la cara de la gente. Así poco importaba nuestras piadosas intenciones, la risa acababa estallando. Por eso llegué a temer el Rosario en familia.
Así pues, el saludo del ángel no deja a María estática en su casa. El ángel viene a perturbar su vida doméstica. Pienso a menudo en una maravillosa Anunciación pintada por nuestro hermano Domenico Petit, que vive y trabaja en Japón. Muestra a Gabriel, un gran mensajero, cubriendo una parte de la tela. María es una joven muchacha japonesa, graciosa y reservada, cuya vida se ve conturbada. Es empujada a un viaje que la llevará a casa de Isabel, a Belén, a Egipto, a Jerusalén. Este viaje la llevará hasta romper su corazón, al pie de la cruz. Este viaje la conducirá, finalmente, hasta el cielo, a la gloria.
El Rosario es, pues, también la oración de los que viajan, de los peregrinos como nosotros. Yo aprendí a amar el Rosario justamente como oración de mis viajes. Es una oración para los aeropuertos y los aviones. Es una oración que yo rezo con frecuencia cuando aterrizo en un lugar nuevo, cuando me pregunto qué encontraré allí y qué tengo yo que ofrecer. Es una oración para despegarse, dar gracias por todo lo que yo he recibido de los hermanos y de las hermanas. Es una oración de peregrinación a través de la Orden.
Pienso que la estructura de este viaje marca el Rosario de dos maneras. Está presente en las palabras de cada «Avemaría». Está presente en el recorrido de los misterios del Rosario.
(Tomado de la Conferencia de Fray Timothy Radcliffe, OP., Maestro de la Orden, en la 90ª Peregrinación del Rosario)